San Bernardo Homilía 4 sobre Missus est » «(el fue enviado), n. 8-9
«No temas, María» (Lc 1,30)
Oíste, Virgen, que
concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de varón, sino
por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya
es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados
infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra
de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida
seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos
creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora
restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida…
No tardes, Virgen María, da
tu respuesta. Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos
y los cielos esperan. Mira: el rey y señor del universo desea tu belleza, desea
no con menos ardor tu respuesta. Ha querido suspender a tu respuesta la
salvación del mundo. Has encontrado gracia ante de él con tu silencio; ahora él
prefiere tu palabra. El mismo, desde las alturas te llama: «Levántate, amada
mía, preciosa mía, ven…déjame oír tu voz» (Cant 2,13-14) Responde presto al
ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y
recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite
una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna…
Abre, Virgen dichosa, el
corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador.
Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te
demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado
de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción,
abre por el consentimiento. «Aquí está la esclava del Señor, -dice la Virgen-
hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1, 38).